jueves, 10 de abril de 2014

Precaución, amigo conductor

La primera impresión que te llevas de República Dominicana, desde que sales del aeropuerto, es la de lo caótico de su circulación. No es que corran excesivamente al volante, el problema viene de la forma imprudente y violenta  de conducir que tienen. A los conductores dominicanos le importa más bien poco los otros conductores. Su forma de manejar es agresiva y sorprende como encuentran huecos inverosímiles para zigzaguear en su particular carrera autoconvocada para llegar a cada destino. Es curioso cómo convierten una avenida de dos carriles por sentido en cinco, más las reiterativas invasiones de los coches que circulan en el sentido contrario.

En la carretera encuentras adelantamientos en curvas cerradas y cambios de rasantes. Es habitual sortear badenes de medio metro que ponen a prueba la salud de los amortiguadores de tu vehículo. También son normales los constantes frenazos para evitar atropellar a personas que caminan por los arcenes, aunque también a perros, gatos, gallinas, burros, etc. También se ven motos con familias enteras sin casco. Incluso motos de policía con cuatro agentes como ocupantes.

Como anécdota curiosa, contar que una vez, en pleno centro de la ciudad, vi un 'todo terreno' de lujo del que salía una correa desde la ventanilla del copiloto atada a un caballo que esperaba paciente a que el semáforo cambiara a verde y continuar al trote a la velocidad del coche.

El conductor dominicano busca su propia comodidad. Si eso supone que de noche hay que llevar las largas para una mayor visibilidad pues ahí que las llevan puestas todo su trayecto sin importarles deslumbrar al resto de conductores que, seguramente, también las lleven puestas para así participar en esa guerra no declarada por la potencia de sus faros.

Estas circunstancias hacen que este país sea uno de los más peligrosos en las carreteras, donde mueren anualmente casi 5.000 personas (unas cinco veces el índice absoluto de España) en un país con poco más de 11 millones de habitantes. Los datos son alarmantes y las autoridades no hacen mucho por remediarlo. En lugar de educar a los conductores y evitar que el obtener la licencia sea un mero trámite, sólo se dedican, y con poca insistencia, a multar de forma sistemática a los infractores. Estas multas raramente llegan a su destino y más difícil aún es conseguir que se paguen.

A pesar de todo esto he decidido motorizarme. Los motivos principales que me han llevado a esta decisión han sido sobre todo el evitar el precario transporte público, poder viajar por el país con libertad y el hecho de que los coches no pierden prácticamente valor con el tiempo. Pero la búsqueda de carro es una peculiar aventura que merece una explicación a parte.

Como decía, los coches no pierden valor en este país. Esta es una afirmación real aunque con matices. No pierden valor si son asiáticos (Toyota o Nissan) y automáticos. Es fácil ver un Toyota automático de mierda de 1998 por unos 3.000 euros al cambio. Para ahorrar en gasolina, son muchos los que instalan en su maletero una bombona de gas natural que conectan al motor y reducen el consumo general, aunque también la seguridad. Cuando ves el estado en el que se encuentran muchos de los vehículos que circulan por la ciudad y el humo que emiten sus tubos de escape, recuerdas nostálgico la ITV que ayuda a que el ambiente en las ciudades sea algo más respirable.

He visto carros muy interesantes para la compra, pero que no me los aconsejaban en absoluto por ser americanos o europeos y en los que la venta al marcharme resultaría complicada. Me han ofrecido vehículos que ni siquiera arrancaban cuando iba a probarlos y ante la incredulidad el propietario me decía que tenía que abrir mi mente porque era un carro de 2002 y obviamente no iba a ser perfecto. Repito: NO ARRANCABA. Este mismo hombre me aseguraba que el vehículo había pertenecido a un Padre como garantía de compra. Tardé en darme cuenta, pero con lo siguiente que me dijo, comprendí que se refería a un sacerdote. Su estrategia consistía en ablandarme diciendo que el Padre había preferido gastarse el dinero en los feligreses que en mantener el vehículo en buen estado. Perplejidad...

Por fin, fui comprendiendo que para encontrar algo decente con mi presupuesto, tendría que buscar un carro antiguo, que en cualquier otro país ya estaría desahuciado. Así que vi una opción interesante  que era de una particular. Me decidí y le dí una señal a la espera de arreglar la transacción internacional y de hacer una última prueba del vehículo tras un par de arreglos que le solicité. Pensaba que esta operación tardaría una semana como mucho, pero República Dominicana ponía a prueba mi paciencia una vez más. Resulta que la buena mujer no contaba con el permiso del marido para que fuéramos a comprobar de nuevo los cambios ya que eso era "cosa de hombres". Lo mismo que habíamos hecho el día en que vi por primera vez el coche, ahora era una "cosa de hombres" que no podíamos adelantar.

Pero el marido en cuestión sólo podía enseñarme el carro en fines de semana, coincidiendo que ese yo estaba fuera.Con lo cual diez días más tarde, la mujer tuvo la genial idea de que su hijo estaba libre y podía mostrármelo él. Una cosa menos, con diez días de demora, pero muy masculino el asunto desde luego.  Lo siguiente fue hacer la transferencia, que también se alargó más de lo esperado porque el magnífico sistema bancario dominicano la invalidó debido a que había puesto cuenta corriente en lugar de ahorro y hubo que repetirlo todo.Otra cosa tachada de la lista una semana más tarde de lo previsto.

Ahora faltaba el contrato, que por lo visto su abogado tardó unos par de días en redactarlo ya que en la fotocopia de mi pasaporte que les entregué, entendieron que mi apellido era Valladolid. Tras indicarles que, efectivamente, mi apellido era el que ponía debajo del epígrafe "primer apellido", y subsanar el fatal error, pude firmar el contrato de venta. Por fin me entregaba las llaves.

Ya sólo quedaba ponerlo a mi nombre. Una odisea burocrática que no viene al caso relatar, pero que gracias a la ayuda de mi amigo taxista Johnny, se ha realizado más rápida de lo esperado. Así que nada, ya estoy motorizado en este país, listo para continuar viajando, visitar todos los sitios que me ofrece y, sobretodo, poner mi paciencia a prueba de forma constante al volante de mi pequeño bólido.

Mi carrito dominicano

martes, 1 de abril de 2014

Un país feliz

El pasado 20 de marzo tuvo lugar el Día Internacional de la Felicidad, establecido en esa fecha desde 2012 por la Asamblea de las Naciones Unidas. Ante una efeméride de tal calibre comencé a curiosear por Internet sobre qué se busca exactamente con esta celebración y cómo se calibra la felicidad.

Tras leer un artículo que hablaba de Iberoamérica como la zona más feliz del mundo según el Índice del Planeta Feliz, me entraron las dudas. Según este informe, elaborado cada tres años por el think tank  New Economics Foundation y en el que se tienen en cuenta parámetros como la esperanza de vida, la huella ecológica, la percepción propia de la felicidad o el Índice de Desarrollo Humano el Caribe es la región más feliz del mundo junto al sudeste asiático. Aún así no me cuadraba que con esos datos no apareciera Noruega, Suecia o Australia como los países que lideraran el ranking.

Seguí investigando y encontré otro informe, elaborado por la ONU en el que, efectivamente los primeros lugares estaban ocupados por Dinamarca, Noruega y Suiza.

¿Y qué es la felicidad? No pretendo hacer un estudio filosófico sobre el asunto, pero ante las informaciones aparecidas ese día yo me pregunto cómo se puede contabilizar algo tan inmaterial y subjetivo como es un sentimiento. Lo que para uno supone felicidad, para el otro será, probablemente, la mayor de las desgracias. Y a estos dos informes me remito, ya que teniendo en cuenta variables similares, llegan a conclusiones diferentes.

Uno de los parámetros tenido en cuenta por el primer estudio (y que creo que es el que marca la diferencia) es la propia percepción que tienen la población de su felicidad. Es evidente que el ritmo pausado, el clima veraniego o la falta de preocupación, hacen que gran parte de los caribeños en general y los dominicanos en particular se consideren a sí mismos como felices.  Un dato que corrobora esto es que los países de la zona tienen unas tasas de suicidio bastante bajas comparadas, por ejemplo, con los países nórdicos y del este de Europa.

Personalmente, encuentro varios motivos para esta percepción propia de personas felices en este país. Por un lado, la República Dominicana cuenta con un nivel medio de cultura bajo pero con las necesidades básicas cubiertas. Además, el tiempo de ocio es barato y accesible.El clima es bueno y normalmente apacible, lo que ayuda que se haga mucha vida en la calle (a excepción de la ciudad).

También poseen una fuerte identidad nacional completada por un orgullo patriótico elevado que les hace ser poco críticos con sus vergüenzas. La crítica pocas veces pasa de la conversación con amigos, ya que está asumido que es imposible cambiar nada ante un sistema corrupto y dominado por la oligarquía local de unas pocas familias y empresas. De esto son conscientes y les crea cierto complejo que hace que existan comportamientos de imitación de lo extranjero (sobre todo de Estados Unidos) con la idea falsa de que aquello es mejor.

Por último, la presencia de la fe es abrumadora y les sirve como solución a todos los problemas que les puedan aparecer, dejando su suerte a Dios.

En el día a día los dominicanos se muestran agradables y te encuentras con situaciones curiosas que te alegran la mañana, como la de una central de taxis a la que le pides un vehículo para ir al cine y se interesa por qué película vas a ver comentándote que le gustaría apuntarse. O las conversaciones improvisadas que se dan en los conchos entre completos desconocidos. O la sensación de que en cuando eres presentado a un grupo, se quedan todos con tu nombre en el momento (tengo la virtud de omitir el nombre en el preciso instante de la presentación) y que a partir de ese ahí saludan como si te conocieran de toda la vida. O lo rápido que te ofrecen su ayuda.

En definitiva, no sabría decir si son más o menos felices que otros países, pero lo que está claro es que aquí todo el mundo sonríe, te anima y te invita a ser feliz. Y que a pesar de haber pobreza y problemas, la gente le sonríe a la vida.

Sé que ha quedado una entrada un poco edulcorada y  y que aquí también hay situaciones y actitudes que distan de lo que he expuesto, como en todas partes. Pero es que hoy tengo así el día y me apetecía verlo de esta manera.