lunes, 10 de marzo de 2014

Un continente en miniatura

Playa Rincón
Las semanas siguen pasando por República Dominicana y el país sigue sorprendiendo.

Una vez instalado en la capital y adaptado a mi nuevo ambiente, he tenido la posibilidad de empezar a viajar por este increíble país. Y a lo que me refiero con el título de la entrada es que, en una isla que no tiene ni la mitad de extensión que Castilla y León, se encuentran unas grandes diferencias de paisaje. 

Desde el selvático parque de Los Haitises al norte a las playas paradisíacas de la península de Samaná o la zona más árida que se encuentra en la parte sur correspondiente con la provincia de Pedernales, se suceden los paisajes más sobrecogedores. Desconozco si el azar, el destino o la intervención divina han hecho que en estas latitudes se dé tal diversidad de accidentes geográficos, de enorme belleza y con un estado de conservación bastante bueno, aunque manifiestamente mejorable en los días que corren.
Carretera de Playa Rincón
Ballena a nuestro lado
Mi primer viaje por el país lo realicé a la península de Samaná, donde tuve la oportunidad de visitar una de las zonas más turísticas, pero lejos de las aglomeraciones de los resorts de Bávaro. Allií, la propia carretera principal es una espectacular lucha entre lo natural y lo humano, donde la densa vegetación lucha por engullir una construcción que quizás nunca debería haber existido. En el mismo camino, las pequeñas aldeas se dispersan a ambos lados con sus habitantes viviendo de forma peligrosa en ella. Con un vehículo tienes que sortear a la población, los animales, motocicletas con cuatro tripulantes y cualquier otra cosa que puedas imaginar. Nunca deja de sorprenderte.
Pero el complicado viaje merece la pena al llegar a Playa Rincón, que resume la típica estampa de cala caribeña (y eso que no es Caribe, sino Atlántico) de arenas blancas, palmeras que se adentran en un mar de un azul indescriptible. Lo mejor de todo es lo aislado que se encuentra este paraje y el contacto que sientes con la naturaleza ya que a lo largo de una mañana tan solo te cruzas con otras dos personas a lo sumo.
Playa Frontón
Víctor subiendo a por cocos
Justo enfrente de esa playa se puede disfrutar de la indescriptible sensación de ver ballenas en libertad. El mamífero más grande del mundo juguetea frente a tu barco haciéndote sentir muy pequeño. A continuación nos llevaron a las todavía más vírgenes playas de Frontón y Madama, donde Víctor, el tripulante que nos acompañó no dudó en subirse a una palmera para ofrecernos un dulce coco que él mismo abrió contra una piedra.
Adentrándonos entre los manglares
El siguiente fin de semana tuve la oportunidad de visitar un paisaje bastante inesperado para mí en este país. El Parque Nacional de los Haitises es un conjunto boscoso de enormes dimensiones, que se recorre por ríos entre esplendidos manglares que van desde el agua hasta cubrir casi por completo el cielo. Todo ello decorado por garzas, pelícanos y otras tantas aves en libertad.

Garza blanca
Este escarpado paisaje fue escogido por los taínos para habitar las múltiples cuevas que existen en él y decorarlas con su arte. Es increíble como una civilización, tanto tiempo después, en un punto tan distante del planeta, logró representaciones rupestres tan similares a, por ejemplo, la prehistórica Altamira.

La ruta en los Haitises continuó a pie en medio de la selva profunda, en puntos en los que la luz del sol apenas llega por la frondosidad de la vegetación. Pero la caminata tiene como premio unos paisajes únicos y espléndidos.
Los Haitises

Por último, y aprovechando el puente de la Independencia dominicano, el viaje tuvo como destino la parte más alejada del país, la zona de Pedernales y como joya de la corona la célebre playa de Bahía de las Águilas. En toda esta zona no se ven palmeras ni otra vegetación asociada a esta isla. Es un paisaje desértico con cáctus y arbustos como flora autóctona.
Pictograma taíno
Flamencos
Playa de San Luis llena de basura
La primera parada la hicimos en la Laguna Oviedo. Un lago salado con una biodiversidad increíble, en la que destacan los flamencos que van adquiriendo su color rosado debido a su alimentación a base de langostinos. Al otro lado de la laguna se llega a una de las playas más espectaculares que he visto hasta ahora, la playa San Luis, pero con la enorme pena de que estaba llena de basura. El problema es la falta de voluntad de mantener un espacio que en cualquier otro país sería el principal reclamo en las guías turísticas y, en cambio, en este lo tienen sucio hasta dar vergüenza. La excusa que puso el guía para no limpiarla era que se volvería a ensuciar. El drama añadido es que a todas estas playas acuden anualmente miles de tortugas a desovar y, siendo una especie en serio peligro de extinción, las toneladas de basura no ayudan precisamente a su reproducción.

A continuación continuamos el camino para subir al Hoyo de Pelempito por un agreste camino, no apto para cualquier vehículo. La recompensa: un bonito valle a más de 1.400 metros de altitud que podría definir como el único lugar de este país con paz y silencio absoluto.

Hoyo de Pelempito
El resto de días el alojamiento ha sido la Playa de las Cuevas, dónde instalamos nuestras particulares casas en primera línea de playa. Desde ahí pudimos visitar tanto a pie como en barca la famosa Bahía de las Águilas. Jamás he visto una arena tan blanca y un agua tan clara, tan turquesa, tan preciosa, tan, tan, tan... Faltan adjetivos para describir la belleza del paisaje y los colores tan especiales.

Casa con vistas
Esta zona se encuentra en la frontera con Haití, donde también pudimos visitar el mercado binacional. Dicen que Haití es el país más africano fuera de África, y fue por completo la impresión que me dio ese lugar. Nunca he estado en el África negra, pero imagino que un mercado africano no puede distinguirse mucho del que vi, con todas esas imágenes, colores y olores diferentes. Todo esto pegado a la valla que separa los dos países amigos/enemigos, condenados a entenderse y a dividirse una misma isla con culturas, religiones e idiomas distintos.
Camino a la playa















Selva en Los Haitises














En el camino de vuelta a casa visitamos el espectacular manantial de Arroyo Salado de agua salobre, tranquila y clara, que se asemeja a un cristal engalanado con más manglares y vegetación. Además, pequeños pececillos se acercan tímidos a tus pies para mordisquearte pieles muertas, dando una sensación de cosquilleante masaje.
Bahía de las Águilas
Manantial Arroyo Salado


Moto llevando a moto



Así es Quisqueya (nombre con el que los taínos se referían a la isla), un país de contrastes, un continente en miniatura, como nos lo definieron unos amigos que conocimos en el viaje. Lo mejor de todo: aún queda mucho por conocer, muchas más cosas y muy diferetes. 

Quiero también dar las gracias a los compañeros de los tres viajes, que han sido excepcionales, y sin los que el viaje hubiera sido mucho menos intenso, menos diverso y, sobre todo, más aburrido. Y también darle la enhorabuena a Sonsoles, que sus estupendas fotografías ilustran esta entrada



No hay tierra tan hermosa 
Como la mia 
Bañada por los mares 
De blanca espuma 
Parece una gaviota 
De blancas plumas 
Dormida en las orillas 
Del ancho mar 


Quisqueya 
La tierra de mis amores 
De suave brisa de lindas 
Flores 

Del fondo de los mares 
La perla querida 


Quisqueya divina 
En mis cantares 
Linda quisqueya 
Yo te comparo 
Con una estrella 

La estrella solitaria 
Que alumbra mi vida


1 comentario:

  1. Nacho soy tu primo edu! Tu padre me ha hablado de este blog, y aqui estoy leyendo tus increíbles experiencias, un fuerte abrazo de toda la familia! Cuídate mucho y disfruta;)

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